1º premio . Pedro Navazo Gómez . Getxo (Bizkaia)
Amor Letal
Quise dejar de quererle,
a poquito de tratarle,
y comprendí qué ¡tan pronto!
ya era tarde.
Con él me fui. Y, por más señas, renegando pese a ser consciente de que, al poco de tratarle, me encontraba ya en un callejón sin salida del que me resultaba imposible salir… Nuestra relación empezó muy pronto, con tan sólo dieciséis años, y sin darme cuenta, día a día, me fui dejando arrastrar por él sin ofrecer resistencia alguna a su seducción: era ya tarde cuando comprendí y supe que aquél amante me traicionaría, y por más caricias que le regalase, por más que consintiera que lamiese sus labios, nublase su vista o por más generosa que fuera permitiendo, incluso, que se introdujese en mi propio cuerpo, él terminaría haciéndome daño, abandonando o, peor aún, asesinando…¡¡Maldito tabaco!!
2º Premio. Carlos Olmo Bau. Cartagena (Murcia)
El Jardín
Con él me fui. Y, por más señas, renegando. Yo prefería quedame jugando, pero a veces, mi abuelo me llevaba a dar grandes paseos por aquel viejo Madrid que ya no existe.
Parecía que nunca iba a llegar nuestra parada. “Este es un lugar lleno de tesoros”, me dijo. Pero yo sólo veía escaleras y salas enormes llenas de dibujos, en las que no podías ni correr, ni saltar, ni nada.
En realidad miraba sin ver. Entonces apareció ante mí. Mis ojos quedaron presos de aquel cuadro que parecía unas puertas de armario abiertas y estaba lleno de figuritas como las de los belenes; pero más raras.
De repente una señora le dijo a mi abuelo que si no le daba vergüenza dejar que una niña viera ese cuadro. Después él me dijo que era una pintura especial. “Es como la libertad, nadie es capaz de entenderla del todo”. Y también quedé prendada de esa palabra.
Premio Soci@. Isabel Marina Corredor . Alcalá de Henares (Madrid)
SATURNO
Con él me fui. Y por más señas, renegando. ¿Cómo no iba a renegar, si había jurado que nunca más volvería con él? En cualquier caso, estaba contenta, él había ido a buscarme. Me sentía como Stella en un Tranvía llamado deseo.
Me ayudó a recoger mis cosas y las del niño. Mamá lloraba, no quería que volviese con Tomás.
Le di un abrazo, me dolía mucho dejarla tan triste.
En treinta minutos ya estábamos en casa.
Dejé al niño en el parquecito y me fui a la habitación a deshacer la maleta. Tomás se quedó en el salón con el pequeño. Pasado un rato no oía nada, me acerqué al salón, y Tomás al sentirme dijo:
_ ¿Sabes Adela?, nunca me olvidarás, me tendrás siempre en tu cabeza.
Mi mundo se paró, en ese mismo momento entendí que tenía razón.
Jamás dejaría de odiarlo en lo más profundo de mi corazón.
Finalistas:
OJOS PARA MI . Lourdes Aso Torralba (Castiello de Jaca, Huesca)
Con él me fui. Y, por más señas, renegando. Al muy idiota le asustaban los fuegos artificiales. Pensé que no sabía divertirse. Que estaba demasiado acostumbrado a estar solo. Que no íbamos a acostumbrarnos a la convivencia mutua. La primera tarde vimos una película acurrucados en el sillón. Después, cogí la novela, retiré el marcapáginas y empecé a leer en voz alta. Ni una sola vez me llevó la contraria, ni me levantó la voz. Me acompañaba a todos los recados. Se dejaba querer. Mis amigas se morían de envidia y aunque tonteaban con mi “osito amoroso”, él solo tenía ojos para mí. Con autoridad me impedía cruzar la calle con el semáforo en rojo. Espantaba a quienes aprovechado mi ceguera pretendían robarme. Su fidelidad me devolvió la confianza para desenvolverme a pesar de mi discapacidad. Ya no voy a ninguna parte sin mi Lazarillo. Sin renegar.
Limpieza a seco. Patricia Collazo González (Alcobendas, Madrid)
Con él me fui. Y, por más señas, renegando. Me pareció una falta de profesionalidad que me lo devolvieran tal cual lo había entregado. Una semana en el tinte, teniendo que apañármelas sin él, para esto. Me aseguraron que le habían hecho una limpieza profunda, pero yo lo veía exactamente igual. Que lo probara y cualquier cosa se los trajera otra vez. Me lo calcé en el pecho y salí a la calle, qué remedio. Al principio no noté diferencia, pero poco a poco empecé a percibir que todo me conmovía: la niña dando saltitos de la mano de su madre, la anciana que apenas podía andar, el color del cielo, el olor de las castañas, el mendigo extendiendo su mano. Puse en ella un billete de veinte y cuando quise hablar me salió un villancico. Me sentí aliviado. Los del tinte tenían razón. Mi corazón estaba listo para soportar otras navidades.
El reencuentro. Karina Giselle Müller (Buenos Aires, Argentina)
Con él me fui. Y, por más señas, renegando. El calor de la mañana del 6 de julio inundaba Madrid, allá por 1976. El verde por la ventana vibraba en un tono más puro, en contraste con un cielo que parecía construido a pinceladas. Cerré los ojos y respiré, mientras sentía que exhalaba poesía. En ese momento supe que sería un día atípico. Una palmada contundente en mi hombro derecho me abrió los ojos. Era él, con sus particulares bigotes, que me miró fijamente y con esa sonrisa de lo inevitable me dijo “Juan Antonio, te estábamos esperando”.
La sangre espesa. Enrique Platas Gil (Madrid)
Con él me fui. Y, por más señas, renegando.
– ¿Quieres aprender a conducir o no?
– Sí, abuelo.
Con una piedra rompió la ventanilla del Mercedes del imbécil del señor Casadevall.
– Entra. Mira. Embrague, primera y segunda.
Los Pirineos parecían observarnos, infinitos.
Mi abuelo tenía un camping en bancarrota. En verano yo atendía la recepción y fumaba a escondidas.
Arranqué y diez segundos después caíamos al vacío.
Los airbags fallaron y mi abuelo sangraba muchísimo. Cuando llegó mi padre, creí que lo mataba.
– Y tú – gritó, agarrándome del cuello – ¿No ves que acabarás como él?
Al día siguiente, lleno de moratones, conseguí convencer al señor Casadevall de que habían entrado unos ladrones al camping.
– ¡Chaval! – mi abuelo, sonriente, apoyó dos aguardientes en la recepción.
Le miré angustiado, y luego a los vasos y a la puerta. A los vasos, a la puerta y a mi abuelo. Brindé con la muñeca dolorida
Centenares de dientes de Roberto Guillén Alonso (Madrid)
Con él me fui. Y, por más señas, renegando.
Quizá esta historia debería haber empezado reconociendo el hecho de que, cuando me desperté, el dinosaurio aún seguía allí. Lo que no entiendo es cómo conseguí dormirme con un bicho de ese tamaño al lado, incluso con el somnífero que me tomé.
Pero en fin, llegados a este punto, sólo puedo reconocer que al despertarme me fui con él, aunque no me hiciera mucha gracia. Había sido muy insistente, y quién puede decir que no a esos ojillos negros y a esos centenares de dientes.
La ley de la escalera de Purificación Ruiz Gómez (Madrid)
Con él me fui. Y, por más señas, renegando.
No entendía cómo las autoridades me obligaban a pasar con él los fines de semana alternos, tras tantos años de maltrato hacia mi madre. ¿Quién podría asegurar que a mí no me pegaría también? Mujer como ella. Indefensa como ella…
Pero yo no estaba dispuesta a convertirme en un caleidoscopio de tonalidades, del morado al rojo, coloreando de tortura mi rostro. Ni a sujetar mis náuseas al oler el aliento fétido que se escapaba con sus gritos.
Vacaciones en el mar de Isidro Moreno Carrascosa (Ciudad Real)
Con él me fui. Y por más señas, renegando, porque aquello no era un yate. Al entrar, había un olor pestilente, pero, claro, teníamos allí a todos nuestros animales que, al parecer, nos acompañarían en nuestras vacaciones. Para mi sorpresa, también me esperaban mis hijos con sus esposas y mis nietos.
Mientras me mostraban las enormes cubiertas y dependencias, me seguía peguntando por qué el empeño de llevarme a aquel horrible barco varado en tierra junto a un riachuelo.
Mi cólera se detuvo cuando, ante el portón de entrada, vi una pareja de leones, seguido por otra de elefantes. Quise salir por una escotilla lateral pero, al asomarme, enmudecí observando una interminable cola de animales que se dirigían hasta nuestra barcaza. Me escondí bajo una litera. Pasados no sé cuántos días, como no cesaba de llover y no se veía tierra firme, salí de mi escondite y agradecí a Noé, mi esposo, su genial idea de construir el Arca
El último paseo»de Laura Ortega Herraiz (Cuenca)
Con él me fui. Y, por más señas, renegando. Nuestro equipaje ya reflejaba lo distintas que eran nuestras vidas. Él portaba únicamente una afilada guadaña y una negra caperuza, la cual cubría todo su cuerpo. En cambio, yo cargaba con un pesado petate repleto de recuerdos, risas y aventuras que retrasaban mi caminar. Paré un momento y eché un último vistazo a aquel pueblo que me había visto crecer y madurar durante mis 92 años de vida. No obstante, mi acompañante no tardó en apremiarme señalando un reloj de arena que ya albergaba un abundante montón en su parte inferior. Reanudé el paso y una lágrima cayó al asfalto pues aquel pueblo se quedaba sin habitantes con los que llenar sus calles. Y entonces, pude oír el gemido de aquella campana que ya no volvería a sonar, el llanto de aquellas casas que se resquebrajaban y el clamor de aquel huerto que no volvería a florecer.