En esta obra Gaya Nuño retrata con humor una tierra y un pueblo con los que se identifica: Soria. La ermita soriana de san Saturio recibe a un nuevo santero, un hombre nacido en Tardelcuende que, bajo su barba y sayal esconde su propia historia. Tras un cuarto de siglo alejado de su provincia natal, el protagonista regresa a Soria con un equipaje compuesto por obras de Proust, Sartre, Santa Teresa y Valle-Inclán. A través de sus experiencias en la ermita, el personaje irá describiendo los paisajes y gentes que ya conoció en su niñez.
<<Fue un libro escrito con una rabiosa espontaneidad. Lo redacté en 1951, y escribí muchos días un capitulo por la mañana y otro por la tarde , todo ello debido a que llevaba quince años sin aparecer por Soria (1936-1951), de la que se me separaban acontecimientos muy graves que, con todo, no me restaron el afecto a una ciudad en la que viví toda mi niñez y toda mi juventud>>
Este libro es especial, de él se ha llegado a decir que <<es uno de esos libros que todas las ciudades del mundo envidiarían a Soria>>.
Dividida en veinticuatro pequeños apartados, el autor repasa toda la sociedad soriana de la época, 1951. Y lo hace con un cariño y un mimo como sólo un espíritu sensible puede llegar a captar.
En cada página del libro, la descripción es tan gratificante que cautiva los sentidos del lector que quiere profundizar en el talante y la idiosincrasia de los sorianos.
El libro El Santero de San Saturio no debe faltar en ninguna biblioteca de temas sorianos que se precie, e, incluso, en cualquier biblioteca a secas. Porque al tema, o los temas tratados, se une la forma de hacerlo, el estilo usado, la riqueza de léxico, tan bien imbricado que no resulta en absoluto pretencioso ni fuera de lugar.
Su distribución en Soria armó un considerable revuelo. Aprobado por la censura, ocasionó tan gran indignación de los reaccionarios locales, que acudieron al gobernador de turno para que prohibiera de inmediato su venta. El clero, por su parte, visitó las librerías sorianas para que, al menos, no se expusiera en los escaparates. Pero hubo de ser el Obispo Rubio Montiel quien rematando un sermón, en el dijera: <<unas palabras finales, mis queridos y amados hijos : No quiero molestar a nadie, pero me vais a permitir que recuerde un libro recientemente escrito. Su autor se dice soriano. Pero yo me atrevería a discutir su ciudadanía. Para mí es muy discutible la filiación de un hombre que quiere honrarse a sí mismo deshonrando a su madre… >>. Con lo cual el escandalo quedó servido.
A la larga tanta agitación no sirvió más que para que éste se solicitara y se leyera con mayor apetito que el normal, como no podía por menos que ocurrir